Nadie lavará manos que en el
puñal se encienden
y en el amor se apagan.
Miguel Hernández
I
No quiero ir a la cárcel,
señor juez,
todavía soy joven
y tengo un par de proyectos.
Así que voy a ir diciendo que se mueran
los pobres.
Así, que sólo quede alguno
para tener limosna
para darle.
II
No quiero verme entre cuatro paredes
entre las que pueda pensar
con lo malo que es eso,
con lo mal que le ha ido siempre a los
que piensan
y lo bien que le ha ido a usted, señor
juez
que hoy me contempla
tras absolver a diez banqueros
que, víctimas del sistema,
nos fallaron.
III
Pobres banqueros señor juez.
Con la pasta que les habrán costado esos
abogados.
Qué problemas que tienen los banqueros.
Cómo les atormentarán en sus conciencias
las familias desahuciadas,
los maderos cuajando ojos que habían
visto,
los llantos de la calle,
la puta miseria.
Ellos no pueden hacer nada por sí
mismos.
IV
No quisiera ser banquero, señor juez.
Con la pasta que se han gastado en
abogados
y usted los iba absolver igual, señor
juez,
qué generosos,
no los puedo creer a los banqueros.
Son dioses de la patria.
Son la redención de este país
de necios feligreses.
V
¿Yo qué soy, señor juez?
Yo qué soy
si apenas alcanzo a distinguir entre una
víctima
y un condenado a muerte por la patria.
Si apenas sé cómo utilizar la muerte
señor juez.
Es algo que se me va de las manos.
Ustedes la dominan de punta a punta
pero yo no,
igual que la palabra,
que la libertad, que todo.
VI
No sé distinguir entre una víctima y un
victimista,
señor juez,
por más que lo intento me tiene que
explicar.
A la víctima la mató ETA
y al victimista el legítimo régimen
como a los desahuciados.
La víctima es llorada
y el victimista llora.
La víctima se defiende
y el victimista ataca.
La víctima tenía familia
y el victimista no nos consta
que existiese.
La risa de la víctima
es peor que el olvido del victimista.
Mola más el olvido que la risa, señor
juez.
VII
Por favor, explíqueme.
Sabe usted tanto.
No es por hacerle la pelota, señor juez,
pero le confesaré una cosa.
Me recuerda usted a Franco, señor juez,
tan hombre de su tiempo,
tan seguro de todo,
tan perfeccionista en el pensar
de las personas.
VIII
Los dictadores muertos en la cama
son los dulces abuelos de la democracia,
esta débil democracia
que sacuden con pancartas los indeseables.
Con el esfuerzo que usted hace, señor
juez
y aún no los mete a todos en la cárcel.
Quién se puede burlar de los abuelos
dulces,
señor juez,
quién tiene el corazón podrido de
pobreza y guerra.
IX
Quién niega el honor a los que mataron
para no matar más en el futuro.
Voy a llevarles rosas a los asesinos,
señor juez
con una tarjeta roja como el fuego
del corazón de España
y les diré que amo
su féretro,
lo cruel que es hoy la gente
con su brutalidad salvadora.
X
Lo que la gente los extraña,
sus banderas,
esas banderas de asesinatos firmes
en manos de chavales
convencidos de que la sangre
se escurrió hacia su victoria,
señor juez,
esos chavales del PP,
esos demócratas
opinando libremente
que estamos mejor muertos.
La maravillosa herencia de los asesinos.
XI
Y de la redención del pueblo surgirán
jueces como usted
que barran para España.
Y el amor estallará como un misil
estalla en la frontera
para siempre.
Para siempre, señor juez.
Sin dejar nada más.
XI
Sepa que guardo el máximo respeto
a todos los asesinos de la patria.
La gente muere para hacer demagogia
señor juez,
y eso es ventajista
¿Mueren ustedes acaso?
Pues ya está,
basta de rollos.
Morir uno de ustedes les pondría a su
altura.
XII
Sólo me reía de los chistes de Irene
Villa
porque pensé que había volado en el 11M,
señor juez,
tiene que creerme.
No sabía que fuese cosa seria.
La justicia y los temas elevados
(que no lo digo por Carrero Blanco)
son demasiado para mi intelecto.
XIII
Déjeme en libertad, señor juez.
No le he hecho daño a nadie,
sólo a mí mismo
diciendo lo que pienso.
Pero no volverá a ocurrir.
Ustedes me dirán,
patriarcas de la voz
ustedes me dirán
lo que tengo que decir para ser libre.
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Y si no sale de la cárcel por lo menos sale la voz, a la voz no hay quien la pare, ni rejas, ni paredes.