sábado, 13 de abril de 2013

Y yo que me creía Steve McQueen.




DESCONSOLADOR
0.
0. Un robot no puede causar daño a la Humanidad o, por inacción, permitir que la Humanidad sufra daño.

Ley Cero de la Robótica, Isaac Asimov.


Ese artilugio que disimulas en las sábanas,
ese placer que ocultas como un templo
entre las piernas,
ese hacha que entierras como un rayo
donde no llega la luz de las miradas
y donde yo ya no pinto nada

me ha golpeado en el meñique
cuando lo has dejado caer en tu rubor
maldiciendo lo descuidada que eres
pero me ha hecho más daño en el corazón.

No debí subir a tu casa,
no estaba preparado
pero siempre te ha costado
muy poco convencerme de que te siga,
he sido automático.

Pero no tanto.

Ese dispositivo de amor que me reemplaza
(en el mejor de los casos me reemplaza)
cumple con un silencio más versátil.

Casi lo oigo vibrar en tus adentros,
como nuestro amor nunca lo hizo de sonoro
y te oigo gemir sólo para ti misma
con un eco perverso ensimismado
y cambiarlo a tu voluntad de ritmo,
de encuadre,  de estatura
y acompañar la fiesta con tus manos
lejos de aquel patrón de maniobras
en que te erigías cuando estaba sobre tu cuerpo
como lagarto al sol los días de tristeza
que ya quedan atrás o tan adentro.

Si por lo menos fuese otro hombre,
sabría que viene con errores de fábrica,
como todos,
pero esto es improbable que lo haga,
es invulnerable,
indestructible,
diseñado sólo para hacer frente
a una parte muy específica de mí
contra la que nada vale mi ser enteramente.

Pensé que sería ese cachas del gimnasio,
ese compañero de inglés tan gracioso y tan ahostiable
que tenías
que decía que cómo te lo hacías con “eso”
¡con “eso”!
Yo siempre pensé que se refería a mí.

Pero no,
por una pieza de ingeniería “made in China”
por si me podías echar menos de menos,
por si podía haber una transición
más inerte y vulgar hacia el olvido,
yo no quería más de lo que le das a él

Me conformaba con eso,
con saber que no tengo otra cosa que hacer,
con ser un bálsamo,
un resorte repentino que introduces
donde te falta algo.

Yo he llegado a todos tus rincones
con partes simultáneas de mi cuerpo
y vas a decir que no era para tanto
y a tus amigas que “es que tenía otras cosas”
y además estabas muy confusa
y esas otras cosas que tengo y yo
nos iremos
a tirar piedras a algo que no sufra

pero tú te quedarás con el deseo
aplacado
de que es mejor acompañarse a uno mismo
que llorar por compañías pasajeras
que escapan del arco que una mano
puede formar a su alrededor.

Y se irá mi abrazo al despertar
como algo prescindible
y eso que siempre decías de que vaya más despacio,
de que parece que me están dando calambres,
de que no se trata de sacar petróleo ni hacer sangre
que parece que he aprendido con un saco de patatas,
que a dónde voy
que por aquí no es
que no sabes qué coño quiero.

Pues está muy claro qué coño quiero,
pero ya da igual,
me iré

te daré un abrazo

porque YO TENGO MANOS

por eso no me hace falta un cachivache

y me iré.

Cuando has dicho “perdona el desorden”
he pensado que está todo demasiado ordenado,
que el desorden era lo que me gustaba.
Te he dicho que quizá deba marcharme,
que tu habitación es algo muy privado
como si tu vagina no lo fuera lo bastante.

Me iré con la esperanza vieja
de que quizá entre todo esto
hubiese un hueco para discutir abrazados
lo mal que lo estamos haciendo
¿Por que qué coño es estar unidos
si no hacer caer en el error por gusto?

que al fin y al cabo, amor,
somos objetos
como todo lo que te metes por tu

soledad.