No me dieron más armas que unos
ojos
ni otro lugar del mundo que estas
calles
inmundas de cegados corazones
que destripan la vida a ras de
rabia
mientras les sobreviven como
riegan plantas.
No hay peor juez que aquel que
teme al libre,
no hay peor rehén que el libre
que es juzgado
por dar su nombre a cara
descubierta
en lucha por la vida que nos
drenan
los que tienden la suya en
nuestros patios.
Una peste carcome nuestra patria,
un canceroso réquiem de cadenas
se avecina oprimiendo las laringes.
Depredáis la libertad que os
justifica
con golpes animales que dan
brazos
que no han de responder en
vuestro nombre.
Vedáis la corrupción con torres
altas,
tendéis cepos legales al
progreso,
encenagáis la voz de los que
sufren
con ruido de sirenas y disparos.
Cuando se oculta al mundo la
barbarie
germina el despotismo en la
injusticia.
¡Qué triste es blindarte de tu
pueblo!
¡Rehuir el rostro al fuego de tu
causa!
Culpar de la opresión al
oprimido,
despedazar el dedo que te apunta
para poder seguir despedazando.
Todos, corruptos vanos y
excelentes,
adalides del orden que yo ordeno,
tiranos incapaces y cuatreros
que prenden fuego al borde de su
casa;
Todos, palmeros grises recogidos,
monaguillos silentes e infelices
que se renuncian como atriles
rotos
para la ideología del bocado,
implacables prudentes que
enmudecen,
santifican los nombres de
ladrones
que no hundan más la mano en su
bolsillo.
Todos, jueces serviles,
periodistas,
burocracia de lodo y pestilencia,
autómatas caníbales que dejan
morir la libertad de otro en sus
brazos
los que arrancan la piel que se
levanta,
los que dejan sin ojos al que ve
su rostro,
los que matan al hombre que no se
somete.
Qué cobardes sois todos y qué
débiles,
que no hay en vuestro pecho otra
defensa
más que el oscuro amparo de la
duda,
que vuestras manos hieden a
violencia
exenta de peraltes ni coartadas.
Sepa el mundo que estamos en la
cárcel,
península sangrienta de
indolentes
que ven humo en sus manos y no
apagan
por miedo a no saber qué hacer
con ellas.
Sepa el hombre que España no ama
al hombre,
que es hostil a la vida y al
deseo,
que no halla más que ruina en su
letargo.
Y sepa que se acusa en su
silencio.
A una persona honrada no le
importa
que sus manos sean vistas sobre
el pan que gana.
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¿Para cuándo el anteproyecto de
ley para poder tirar la puerta de mi casa y dejarme parapléjico por escribir
esto?