Se despertó sin ojos.
No comprendía nada.
Miró enderredor,
o alrededor
buscando su mirada.
Algo así como aire.
Pero más bonito.
Se tocó las sienes y los mitos,
para comprobar que seguían
para comprobar que seguían
intactos pese al odio
y salió por el pasillo,
tropezando a cada paso con sus pasos,
latiendo el corazón en el bolsillo.
Aquella vez era de verdad.
Había
perdido totalmente
su mundo referente,
su báculo de juicio sin balanzas.
El padre que te lleva
de la mano por la acera,
el norte que las brújulas señalan.
Se inventó un cofre.
Y se acordó de cosas.
Algunas tan vacías
como el aire que buscaba.
Otras
tan grises como esa mirada que perdió
y que él nunca veía.
Algunas herrumbrosas,
tiznadas,
ambarinas;
memorias cristalinas,
ilusiones espías
y sueños jactanciosos.
Y cosas.
Cosas sin adjetivos,
pero con mucho polvo.
Cuando se paró,
juró que vislumbraba un terremoto,
una grieta vertical que le observaba.
Conocía,
sin saber,
que aquello era el ocaso de la danza.
Era viejo,
pero es quien más olvida quien más halla.
Se encorvó como un cachorro,
buscando la sonrisa de la luna,
hundiendo el rostro
en esa frontera roja y alejada
que va de la separación a la ruptura,
de la tibia enfermedad
a la ataraxia.
Intentó volver,
pero sus pasos eran otros
y el pasillo de su casa
no iba de vuelta a casa.
Sino a todo.
La puerta entreabierta
chirrió como un maullido a sus espaldas,
y ella
(ella que veía,
aquella que tenía su mirada)
dormía como un muerto entre sus ansias.
Las cosas que encontraba en su cabeza
arañaban los dibujos de sus sábanas.
Era claro:
el tiempo había dejado de existir.
Ya no era nada el tiempo.
Una eternidad desbaratada.
Las horas se apuñalan los costados.
La arena no servía para nada.
Pues juró que la amaría para siempre.
Y sin embargo,
él ya no la amaba.
...
Amaneció el sol y el silencio,
la luz,
que como luz siempre es escasa,
huyó por los agujeros de sus cuencas,
le restregó sus rayos en la cara.
Y pudo ver por fin
sin ojos que mirasen,
sin fe que deformase los objetos,
sin ella ni adjetivos ni memoria,
sin aquellas
formas encerradas en sus huesos.
Vio la horripilancia y la belleza,
pero también los colores.
(El gris que es verdadero,
como un blanco sin voz que no se nota).
Vio.
Aquella vez, por siempre, a cualquier hora.
...
Cuando acostumbró
su rostro a la verdad y a la nostalgia,
seguro del poder de la tristeza,
sin nada que perder en la cabeza...
y con esa curiosidad
renovada por la inopia de lo cierto.
Sin nada que perder... buscó un espejo.
Pero con aquellos ojos,
ya
sólo podía descubrir,
pero nunca encontrar lo que buscaba.
Lloró como los sabios, un momento.
Y,
sin miramientos,
aquella noche
desertó de su propia huida
con su cuerpo.
[H&C]
Rimas enlatadas^^
De la juventud a la verdad...
Otros temas... cuestiones sin remedio... la belleza perdida, la infancia descuajada, la tristeza sin nombre ni motivo...
3 comentarios:
Me gusta mucho en general
Llevas una racha bastante asquerosa :D
Pero vamos.. de lo poco regulero que encuentro yo .. (en mi opinión) es el uso de palabras increíblemente ostentosas?.. no se.. xD cuando no entiendo algo me pongo de los nervios.. y no vas a mirar el diccionario a cada verso en una poesía.. porque se pierde toda la magia supongo ^^
Eres el amo!
Ni siquiera se que no se nada ^^
(S)
"Cosas sin adjetivos, pero con mucho polvo". Ese auto-palo es de los mejores, aislado de la poesía totalmente.
Como nota, y a mi gusto... Quizá se haga un poco larga, alguna estrofa que podría no estar (como la de los adjetivos que decías o las finales)
La mejor parte (siguiendo la pauta de "para mi gusto") es la estrofa del tiempo, el corazón del poema... lo que le da sentido al resto:
"Era claro:
el tiempo había dejado de existir.
Ya no era nada el tiempo [...]
Demás dudas, ya sabes dónde estoy.
Un beso, poeta!
P.D.: El comentario suprimido era mío. Igual que este, pero con letras de menos (asco de teclado)
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