martes, 25 de agosto de 2009

La sal, el sexo, el humo, el dolor, el barrio, los recuerdos...


No hay ningún poeta
que no haya hablado nunca de los pájaros.
A veces como obra,
como hoguera de palabras y silencio,
como cántico a las galas de la luna.
A veces como fe,
como conquista,
como terreno de azafrán inexplorado,
como admiración de muda servidumbre;
como burla,
como forma de disipar el gris
que hay en nosotros.
Como perdón,
como último
o penúltimo
recurso.
Y a veces
como verdadera necesidad:
imperceptible.

Es como una prueba,
un examen de acceso a la dulzura,
una jura de humildad,
una primera vez
que hay para todo.

Pues bien,
los pájaros se esfuman
como sombras sin objeto.
Tienen alas, plumas, pico,
sonetos y coplillas.
Pueden ser verdes,
petirrojos
y asesinos.
Y vuelan.
Hasta en sueños.

También son homeotermos,
como una mano estéril de hermosura,
como esas personas pálidas
que no asoman los ojos,
que nunca están alegres
ni están tristes.

Los versos que les nacen en el buche,
sus nueve sacos aéreos,
son brizna del aire que encandilan,
resuello
donde afloran los suspiros.

Uricotélicos,
ovíparos,
etéreos.
Surcan la irrealidad
del pensamiento humano
como lápices que cortan.
Desperdician canciones
y señuelos,
paladean
la tinta que beben encauzando
sus plumas timoneras
con su raquis.

A los pájaros
nadie les corta
las alas
que se nombran.


A Mario Benedetti, con perdón.

[H&C]


Hace ya varios siglos

que pájaros ilustres sobrevuelan

los predios de la vasta poesía...


Y ya no nos limpiamos el vino de los labios.

2 comentarios:

Harold Diaz dijo...

Precioso, gran final, gran estructura.

Saludos!

Punto cuadrado dijo...

Sabes que puedes con ello.

: )