
floreció una hebilla roja de humo y sangre
que cerraba los poros
del mundo al atardecer.
Me acostumbré a caminar solo por el parque,
a amamantar con rabia a los mosquitos,
a cocinar mis penas con pan de ayer.
En el erguido instante en que no estabas
se pelean por matarme los abrigos,
y los cuentos olvidados
para arrancarse los ojos
dejan sus uñas crecer.
Ya no me importa abrir las páginas del cielo,
morir a la orilla de la luna,
encabritar el tiempo a los que esperan.
No me interesa el humo ni el incienso,
los besos de alacranes en ayunas,
la cera que resbala por mis venas.
Ahora a veces pongo música bajito
y dibujo silencios de corchea
en los cristales rotos de nuestro balcón gris.
Y me suenan violines en el rostro
cuando despierto y hago como que quiero vivir sin ti.
Sólo me destrozo la mirada contra el mundo,
me pregunto si es injusto estar aquí,
si hay un espacio
o un instante
en el que todavía puedas existir.
Maldigo con la lengua destripada,
hago crucigramas
con los versos que no te devolví.
Me enfundo las palabras
a todo digo mejor que fuera así.
A veces pongo música bajito...
y agacho la cabeza entre balidos de sonrisa
que tapian la memoria con cemento vil.
Me tumbo en el estanque a recordarte
y pienso en el reloj anaranjado
que te ha tratado mucho,
pero mucho
mejor que a mí.
Hay poemas que es mejor pensarlos en silencio,
por si sentirlos hace que resbalen
por el rostro nuestras ganas de vivir.
[H&C]
Dices que la suerte no para en tu portal...