Se sentó en el mismo banco del parque en que yo me encontraba. Para ser más exactos, sobre mi periódico. Apuesto a que no lo hizo queriendo, estoy convencido de que ni siquiera sabía que había un señor mayor a su lado mirándola con cara de pocos amigos.
Llevaba un caramelo en la mano y lo miraba como si fuese una piedra preciosa. La niña, de unos 3 o 4 años de edad sonreía mientras trataba de desenrollar el plástico verde fosforito. Lo intentó primero con los dedos, luego usó los dientes y al final simplemente se echó a llorar. En ese momento, yo que había estado mirándola divertido decidí ayudarla.
Se mostró bastante reticente a darme el caramelo, pero una vez que se dio cuenta de que era su última opción me lo dejó jurándose a si misma no quitarle el ojo de encima.
Al principio, no nos vamos a engañar, me costó encontrarle el truco al envoltorio, pero al final fui capaz de abrirlo sin más complicaciones.
Cuando le devolví el dulce la niña sonrió y yo le revolví un poco el pelo.
Se comió el caramelo y se fue a jugar. Un rato después volvió con otro caramelo y repitió exactamente el mismo proceso. Manos, dientes, rendirse, llorar, sonreír, dar las gracias, irse a jugar.
Cuando volvió por tercera vez me di cuenta de que en realidad no existía. Ni ella, ni el periódico, ni el parque. Abrí los ojos y vi las rutinarias y aburridas paredes del hospital.
De pronto… sin quererlo… había resumido yo la vida.
(S)
2 comentarios:
Ya te dije que me gusta cómo resume todo el texto la última frase.
Me parece una gran idea y un buen texto. Noy soy capaz de encontrarle defectos de bulto...
Nos vemos
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