La primavera se ha deshecho en los tejados
con su habitual estampa de jardines.
Ha vuelto a darme vueltas
por parques sutilmente inhabitados
donde palpar a tientas las esquirlas
de ese corazón
que casi todos nos reconocemos.
Ya está aquí
la tan cacareada primavera
con su publicidad encubierta en tu mirada,
sus nuevos sabores de helado
y las minifaldas
que anuncian tiempos mejores.
Ya están ensayando los termómetros
y endulzando su resaca los amantes
con el tibio erotismo de las fresas.
Es curioso como los días se hacen largos
y dejan a la noche sus puertas entreabiertas
para apretar su nudo en las pestañas
y dar la vuelta a todos
los cuadros del pasillo
dejando sólo espacio
que recorrer con ganas de ocuparlo.
Es tiempo de miradas inconcretas
y esta nostalgia endeble
de ver pasar los años
con flores que se abren y luego se marchitan
y luego se abren otras
que ya no son las mismas
pero que de alguna manera
recubren el mismo suelo inmóvil
y dicen ser la nueva primavera.
Es hora de volver a casa
para pasear lo más lejos de ella,
pedir a tu ciudad que te sorprenda
con un nuevo tesoro
o que descubra su rostro
difuso entre las calles.
Amanecer con luz ante el espejo,
un arma de doble filo
para un herido orgullo.
Recordar los pulsos agotados
de un amor
que empezó por estas fechas
o no dejó más tiempo que un par de eternidades
o se rompió al caer desde un balcón
que no estaba tan bajo.
Y reír con todos los que sobreviven
a dejar de existir la primavera.
Y vuelven las terrazas de los bares
y tientan a la suerte
los estudiantes perezosos
y las hormonas mienten con cartas asesinas
debajo de la alfombra
y al salir a pasear nos llevan nuestros pies
como un polen nostálgico
batido por la brisa
tan propia del solsticio.
Siempre es ahora cuando llega el hambre
de playas y de fotos
y aprovechan los álbumes
del nicho del trastero
para sacarle punta a la melancolía
y tirar las virutas en mi patio
cuando amanece abril en sus macetas.
Vuelve la primavera a abrir sus mismas flores
que morirán creciendo en las pantallas
contra los ojos de la marabunta.
Esas amapolas hambrientas de poesía
que siempre apañan versos
en torno de sí mismas
fingiendo no querer ser tan hermosas
y que no suenen sus pétalos presentes
a recurso fácil contra la certeza.
Dormir ocasos lentos,
proyectos de añoranza
donde los meses hagan su trabajo.
Y aunque no es la primavera
la estación que nos separa
no puedo evitar culparla
por su zalamería,
por su coqueta forma de perderse,
por dar pie siempre a tantas decepciones.
Suerte que yo me tumbo entre la hierba
y dejo que me pasen las nubes por encima
y no me dejo nunca
engañar por las esporas
ni pierdo entre perfumes el olfato
porque sé que volverá el invierno
a carcomer con dudas las agendas
y a ponerle condiciones a los besos
y a examinar los corazones por sorpresa
con la amargura de su abrigo negro.
Y lo sé porque no olvido
tus uñas en mi ropa,
ni la amistad rellena de temblores
que aguanta las pavesas
hirvientes de los años.
No me doy ni cuenta
si yo también me cambio
por un primaveral y un invernal
lo mismo que las tiendas y las flores
y no soy el de antes como ahora
y soy el de después antes de tiempo.
Y migran las cigüeñas de la iglesia,
regresando siempre que se mueven
por este cielo angosto.
Mientras
nosotros convocamos caras largas
y vidas aún más cortas
a elaborar un poco de alegría
con migas de minutos.
La primavera ha vuelto a recordarnos
que la belleza dura más bien poco
y sabe aprovecharnos en silencio.
Por eso quiero que se vaya y luego vuelva
como una amante torpe
a hacernos dudar de la hermosura
para redescubrirla en un nuevo verano.
Y verla titubear al abrazarte,
con ese gesto efímero de nubes de secano,
echar de menos todo
sin ganas de olvidarlo.
Vuelve la primavera
y los poemas se me alargan
más de lo necesario y conveniente.
Con estas ganas
de enterrar abril bajo la alfombra
con las cartas asesinas
y ser un niño bueno con ciertas excepciones
para volver en verano al campamento
y bajar a jugar
como si de verdad nada importase
cuando pique junio
el timbre del 2ºA,
para no tener que descubrir en mayo
este temor de no saber quién somos.
Por eso la primavera muere en mis pecados
y nace en cada rayo
de luz que yo no veo,
por eso ya no quiero volver tan pronto a casa.
Si yo fuera el Vivaldi de tus años…
haría
con
tus
besos
mi
propia
primavera.
[H&C]
http://www.poesia-inter.net/amach102.htm
Y te querré aunque tú quieras que no te quiera.
No existen filtros para olvidar.
Dejadme que invente
que un tren es la libertad mía
que va donde quiero,
sin más traqueteo,
sin más tontería.
Tal vez no reviente
de ganas de andar por la vida
con penas a miles,
borrando raíles,
borrando los días.
Para mí los mejores versos de Marea sin duda. Y no es decir poco.
http://www.youtube.com/watch?v=TV13RlAtrHo
http://www.poesia-inter.net/amach102.htm
Y te querré aunque tú quieras que no te quiera.
No existen filtros para olvidar.
Dejadme que invente
que un tren es la libertad mía
que va donde quiero,
sin más traqueteo,
sin más tontería.
Tal vez no reviente
de ganas de andar por la vida
con penas a miles,
borrando raíles,
borrando los días.
Para mí los mejores versos de Marea sin duda. Y no es decir poco.
http://www.youtube.com/watch?v=TV13RlAtrHo
2 comentarios:
joder maño.
Que se te alarguen los versos, sí.
Besos
Crítica: final sublime, pero demasiado larga para mi gusto.
Y no sé... Julia siempre dice que mejor un 'por si acaso' que un 'yo pensé qué'. Así que supongo que es mejor arrepentirse de las cosas que haces que de las que no, y aunque haya cosas que no puedes evitar, si tienen que pasar obligatoriamente es un consuelo saber que no pudiste hacer nada, ¿no? Aunque joda, ya lo sé.
Ladybeso para Mus, nos vemos en un par de semanas :)
Publicar un comentario